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Vapor en la RENFE

40,00

VAPOR EN LA RENFE

Primer periodo (1941-1949)

Historia de la tracción vapor en España.

Tomo VII

Autores: Fernando F. Sanz y Gustavo Reder

320 páginas

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Descripción

La ley del 24 de enero de 1941 dispuso el rescate de las 14 compañías de ferrocarriles que tuvieran el ancho de vía de 1,67 metros, incluidas las líneas que explotaba el propio Estado, creando la Red Nacional de los Ferrocarriles Españoles con una extensión de 12.542 kilómetros.

Ya se ha descrito en el tomo VI que la nueva empresa encontraría una situación crítica del ferrocarril. Muchos kilómetros de vía habían sido levantados, numerosos puentes destruidos y los parques de material motor y móvil habían sufrido grandes daños. De las 3.146 locomotoras de vapor que existían al iniciarse la guerra civil, solo prestaban servicio al concluir la contienda 1.837 y estaban completamente inútiles otras 1.292 y todas las que prestaban servicio precisaban reparaciones.

El cierre de los mercados, con motivo de la II guerra mundial, impidió renovar el material y la importación de equipos industriales y piezas de recambio, lo que obligó a reconstruir las locomotoras y material móvil inútiles, que en otras circunstancias se habrían desguazado. Fueron los duros años 40 que se han definido como los de la simple supervivencia, durante los cuales el ferrocarril fue el único sistema de transporte que, con grandes penurias y problemas, pudo evitar la paralización del país.

Pese a todo, hasta 1949, se aprobaron cuatro planes de construcción de nuevas locomotoras con un total de más de 400, entre ellas las series 2400 —las populares «Renfes»— para toda clase de trenes; las 2700 y las 4600 de válvulas, características de los trenes de viajeros en los 20 años siguientes desde su puesta en servicio.

Una de las consecuencias del gran deterioro de las instalaciones y el material fueron los numerosos accidentes que se producían, de los que se enumeran algunos de los más importantes, como los de Torre y Cinco Casas.

Se analizan otras dificultades, como la mala calidad del carbón, que contribuyó a hacer más penoso el trabajo del personal de tracción; las limitaciones que impusieron a la explotación y a la actividad en los talleres los años de sequía y el problema de las incrustaciones, por la mala calidad de las aguas que utilizaban las locomotoras con hogares de acero.

Por todas estas circunstancias negativas, se ha resaltado la importancia del trabajo de los ferroviarios que hicieron posible que los trenes siguieran funcionando. Como nota final, hay que resaltar también que, pese a todo, el país estaba vivo. Quedó demostrado en la celebración del centenario del ferrocarril peninsular en 1948, con la gran exposición de Barcelona y otros eventos culturales que se han subrayado. Entre ellos, el singular Libro del Centenario y la publicación de la revista Trenes, una de las más importantes de la época con testimonios de las costumbres, fiestas, arte e historia, demostrando que el ferrocarril era también cultura.